Casas con Memoria
Animales de madera y lata
por Edward Rojas arquitecto, Premio Nacional de Arquitectura
(Abril 2024)
Desde hace cuarenta años, como si fuese un paleontólogo dedicado al estudio de los antiguos animales arquitectónicos de Valdivia, Rodrigo Torres con su mirada, sus cámaras análogas, digitales, y la mágica luz del sur, ha ido retratando una colección de distintos ejemplares de la arquitectura valdiviana. Ejemplares que, como seres vivos, nos hablan de las familias que arropan, de su historia o del paso de la historia sobre ellas. Retratos que a su vez dan cuenta de la lluvia, de la vida y de un material; la madera que es estructura, soporte y ropaje de estas , al igual que lo es la lata, los que le van entregando diversidad, personalidad y singularidad a estas piezas arquitectónicas de fines del siglo XIX y del siglo XX, con sus distintas formas, colores y tamaños. Y diferentes influencias arquitectónicas. Una de ellas está revestida en tablas, junto con antiguas y nuevas chapas metálicas, tiene un mirador a dos aguas con una puerta que da a la nada, un pórtico en mediagua lleno de maceteros y tarros con plantitas. Y un caño humeante que da cuenta de que este animal arquitectónico tiene alma, y por lo mismo, tiene vida. En esta cuaternaria colección, hay entre muchos otros un ejemplar de color rojo, que parece un rostro de cuatro ojos con una boca puerta bien abajo, que separa la vereda de las ventanas. Y cuyas rojas latas están llenas de grafitis. Hay otra azul, que tiene un zócalo de hormigón que la separa del suelo, una escalera, un vidriado pórtico blanco, y una ventana terminada en curva que dialoga con los ojos de ventanas más azules que el azul de la casa. Otro es el ejemplar de esquina, con su fachada llena de ventanas con pilastras decoradas, con un balcón esquina, coronado por una cenefa y un balaustro. Es un modelo esquina al que no se entra por la esquina, y que lo diferencia del cubo amarillo de esquina recortada al que se entra por la esquina y por un gran portón doble de madera de antiguo almacén. Hay otras muy simples con varios ojos ventanas, nuevos y viejos, forradas con lata galvanizada patinada por el tiempo, con esquinas de pilares construidos con la misma lata. Lata, que en otros ejemplares, como una nueva tela va reemplazando a la antigua madera que se deshace por la humedad, los hongos y los xilófagos. Lata que se patina, chorreando su óxido en la textura vertical de las planchas. Esta colección considerada una muy bella y bien cuidada pieza urbana, tiene un pórtico con arcadas al igual que las fachadas de las Iglesias chilotas. Tiene ventanas terminadas en arcos de medio punto y miradores con dos ojos ventanas y una baranda de fierro forjado, igual que la del pórtico desde el cual se baja al suelo por una doble escalera de piedra, todo esto bajo un sol radiante o una lluvia interminable. Muy distinta a ese antiguo, bello y precario ejemplar, que sostiene un letrero amarillo de letras negras con el nombre de la calle, el que a pesar de ser pequeño tiene dos puertas, una grande de almacén con dos hojas y la otra de una hoja. Las tablas traslapadas que la revisten están llenas de hongos y líquenes amarillos. Su cubierta es de oxidadas planchas de lata, las mismas que ya oxidadas u oxidándose, cubren y tapian las ventanas, dando cuenta de su abandono y de la carencia de una familia alma que la habite. Porque el cuerpo de estos ejemplares casi prehistóricos es la casa y el alma que le da vida son las familias y las personas que la habitan. Lo que vuelve relevante el hecho de que en esta selección se ven pocas personas, en una de ellas hay una mujer posando contra una fachada de lata micro-corrugada pintada de rojo, con grandes y blancas ventanas de pilastras decoradas. Imagen fotográfica que pareciera acoger la espera que la mujer manifiesta, al igual que el letrero de bronce del bar restaurant “La Bomba”, que le da vida a este anciano y valdiviano animal arquitectónico.